Hay asuntos que no se pueden dejar al albur de la codicia de los mercados. En realidad nada se debería dejar al albur de esos trileros que solo buscan optimizar sus beneficios al precio que sea.
Mientras escribo estas líneas, el Pequeño Dilettante dormita plácidamente en su cuna a la espera de que la Sra. Diletante le de pecho. Nació hace diez días en un hospital perteneciente al servicio público de salud madrileño. Los profesionales que nos han atendido a lo largo de todo el proceso han destacado no solo por su pericia y profesionalidad, sino también por haber sabido conjugar la praxis estricta de su oficio con el trato amable y afectuoso hacia mi mujer y mi hijo.
Es una lástima que la presión asistencial, por falta de inyección de recursos (recursos que luego se destinan a campañas de propaganda inexistentes) o por el uso de soluciones imaginativas de talante liberal, lleve a estos magníficos profesionales a estar siempre al límite de sus fuerzas y a atender demasiados pacientes en demasiado poco tiempo.
Una de las propiedades más valiosas que tenemos los ciudadanos de este país es el sistema público de salud. No dejemos que también nos lo quiten.
Y para celebrar que en la Mansión Dilettante ya tenemos Libro de Familia.
lunes, 13 de diciembre de 2010
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