jueves, 6 de marzo de 2008

EL ULISES, EL DESAFÍO FINAL.

El Sr. Dilettante desde que tiene uso de razón es un lector voraz. Su primera aproximación total a la lectura fue a la tierna edad de seis añitos en la que se leyó alegremente una adaptación juvenil, como se decía en los felices 70, de la Iliada. El repelente niñito, que sin ningún género de duda debía de ser, no se enteró de nada, pero salían unas cuantas ilustraciones chulísimas de guerreros sacudiéndose con espadas y lanzas y sobre todo caló en él la sensación puramente intuitiva de que eso debía de molar mucho. Con los años, la práctica, y sobre todo, que se trata de una actividad que como mejor se practica es tumbado adquirí mi hábito lector, que con el tiempo se ha convertido en otra de las múltiples adicciones que me adornan.

Pasaron los años devorando todo tipo de libros, panfletos, revistillas y tebeos (recuerdo con especial cariño las toneladas de novelitas de a duro que leí durante la época atroz de la mili encerrado en el cuarto de las lavadoras y vibrando con los sangrientos tiroteos del lejano oeste mientras se centrifugaban una y otra vez unas mantas), primero leyendo absolutamente todo lo que caía en mis manos y luego arrasando con los géneros uno a uno (novela negra, cf, terror, fantasía…). Anualmente establezco unos deberes mínimos y me leo alguna de las grandes obras de la literatura universal. Ustedes saben, un quijote, unos rusos, algo de realismo mágico, alguna que otra recomendación del babelia, en fin eso que hace que esta actividad lúdica esté mejor vista que la afición al futbol o a los videojuegos.

Pues bien, hace unos años en una charla distraída de café con unos compañeros salió a relucir el Ulises, ya saben la obra inmortal del no menos inmortal escritor irlandés James Joyce. Pese a ser todos lectores impenitentes ninguno lo había leído. Puesto a remediarlo, me lo impuse como tarea y me acerqué a una librería de tercera o cuarta mano que se encontraba muy cerca de la que era entonces la mansión Dilettante y conseguí por una cantidad muy razonable un ejemplar en dos tomos de tan magna obra. Debería de haber hecho como Borges, el muy truhán afirmó que con echar un vistazo a diversas páginas del libro ya se había empapado lo suficiente de su esencia. Pero no, supongo que eso es lo que distingue a los genios, yo me empeñé en “apretarmelo” (y en este caso la imagen que sugiere el verbo “apretar” es muy precisa) enterito. Para llevar a cabo tan ardua misión llegué incluso a seguir las directrices de un club de lectura argentino (¿esperaban otra cosa?) e inicie la tarea. Imagínense al Sr. Dilettante en el contexto de un tren TALGO parado en pleno agosto en mitad de la meseta castellana, con una resaca tirando a fuerte, sudando con profusión y con su ejemplar del Ulises abierto sobre las piernas. En esa situación y gracias a un retraso de más de dos horas conseguí rematar el tocho. Con la lengua fuera por la concentración, leí, asimilé y creo que comprendí el larguísimo monólogo interior de la descocada Molly Bloom y con un larguísimo suspiro de satisfacción cerré el condenado libro. Misión cumplida, acababa de ingresar en el selecto club de los lectores que habían leído “Ulises”.

Del libro poco les puedo comentar que no hayan dicho otras personas con mas criterio y sensatez. Si les puedo decir que lo use como recurso de seducción con la Sra. Dilettante, presentándome a nuestras citas con el debajo del brazo como quien no quiere la cosa y comentándole ocasionalmente algún pasaje. Supongo que tan burda artimaña no paso desapercibida a su ingenio afiladísimo. Pero ya saben ustedes como son los novios, se lo perdonan todo. Pese a todo, el Sr. Dilettante es una persona agradecida y no puede menos que decir:

¡Gracias James Joyce!

martes, 4 de marzo de 2008

LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS O EL EJERCICIO DE LA PARANOIA APLICADA


Una de las películas favoritas del Sr. Dilettante es “La invasión de los ladrones de cuerpos”, dirigida por Don Siegel en 1956. Pese a los cuarenta años transcurridos desde su estreno sigue aterrorizando al espectador con una propuesta desasosegante: ¿Y si tus familiares, amigos y vecinos no son ellos y solo tú lo sabes?.
La película se inicia con el Dr. Miles fuera de si narrando en flashback ante unos escépticos médicos y policías como su población ha sucumbido ante la invasión alienígena que de manera insidiosa ha suplantado a sus habitantes con réplicas perfectas a las que solo les faltan sus emociones. Un accidente afortunado hace que las autoridades sean conscientes del peligro y se pongan en marcha todos los mecanismos de estado para detener esta invasión.
Aunque todavía sigue abierto el debate sobre si nos encontramos ante una película anticomunista o ante una denuncia hacia el Mcarthismo, personalmente creo que, a la manera de otras producciones de ciencia ficción estadounidenses de la época, nos encontramos ante el reflejo del terror que sentían los habitantes de ese país ante la “amenaza roja”.
La Unión Soviética desarrollaba su programa nuclear solo con un ligero retraso con respecto a Estados Unidos y ya en el año 1955 habían conseguido, con éxito, lanzar su primera bomba de hidrogeno desde un avión. La llamada “caza de brujas”, llevada a cabo por un celosísimo senador Joseph Mcarthy, en la que se pretendía desenmascarar a los comunistas infiltrados en el país, se había desarrollado desde 1950 a 1956, creando un clima de paranoia: cualquiera podía ser un enemigo infiltrado.
A cualquier espectador del “mundo libre” le resultaba relativamente fácil establecer, consciente o inconscientemente, equivalencias entre esos invasores extraterrestres carentes de sentimientos pero virtualmente idénticos a nosotros y los comunistas que se estaban infiltrando para destruir esa arcadia capitalista feliz, representada por el pueblecito californiano de Santa Mira. Aunque la propuesta podía ser terrible (una invasión silenciosa e indetectable), la solución era relativamente sencilla, la toma de conciencia de esta invasión sirve prácticamente por si misma para conjurar la terrible amenaza.
La película está basada en una novela de Jack Finney (reeditada recientemente en España con motivo del estreno de “Invasión”) y hasta la fecha ha tenido cuatro versiones cinematográficas. En 1978 Philip Kaufman dirigió “La invasión de los ultracuerpos”, “Body Snatchers” de Abel Ferrara en 1993, y la última, “Invasión”, dirigida por Olivier Hirschbiegel en el 2007.
Personalmente considero la primera versión la mejor. Que el mensaje de la película esté sujeto a múltiples interpretaciones la convierten en un artefacto potente capaz todavía de fascinar al avisado y descreído espectador del siglo XXI.
La versión de 1977, también magnífica, tiene un climax aterrador (cuando el Sr. Netotem está de humor hace una magnífica imitación de Donald Sutherland al final de la película).
¡Vigilen los cielos!