
Una de las películas favoritas del Sr. Dilettante es “La invasión de los ladrones de cuerpos”, dirigida por Don Siegel en 1956. Pese a los cuarenta años transcurridos desde su estreno sigue aterrorizando al espectador con una propuesta desasosegante: ¿Y si tus familiares, amigos y vecinos no son ellos y solo tú lo sabes?.
La película se inicia con el Dr. Miles fuera de si narrando en flashback ante unos escépticos médicos y policías como su población ha sucumbido ante la invasión alienígena que de manera insidiosa ha suplantado a sus habitantes con réplicas perfectas a las que solo les faltan sus emociones. Un accidente afortunado hace que las autoridades sean conscientes del peligro y se pongan en marcha todos los mecanismos de estado para detener esta invasión.
Aunque todavía sigue abierto el debate sobre si nos encontramos ante una película anticomunista o ante una denuncia hacia el Mcarthismo, personalmente creo que, a la manera de otras producciones de ciencia ficción estadounidenses de la época, nos encontramos ante el reflejo del terror que sentían los habitantes de ese país ante la “amenaza roja”.
La Unión Soviética desarrollaba su programa nuclear solo con un ligero retraso con respecto a Estados Unidos y ya en el año 1955 habían conseguido, con éxito, lanzar su primera bomba de hidrogeno desde un avión. La llamada “caza de brujas”, llevada a cabo por un celosísimo senador Joseph Mcarthy, en la que se pretendía desenmascarar a los comunistas infiltrados en el país, se había desarrollado desde 1950 a 1956, creando un clima de paranoia: cualquiera podía ser un enemigo infiltrado.
A cualquier espectador del “mundo libre” le resultaba relativamente fácil establecer, consciente o inconscientemente, equivalencias entre esos invasores extraterrestres carentes de sentimientos pero virtualmente idénticos a nosotros y los comunistas que se estaban infiltrando para destruir esa arcadia capitalista feliz, representada por el pueblecito californiano de Santa Mira. Aunque la propuesta podía ser terrible (una invasión silenciosa e indetectable), la solución era relativamente sencilla, la toma de conciencia de esta invasión sirve prácticamente por si misma para conjurar la terrible amenaza.
La película está basada en una novela de Jack Finney (reeditada recientemente en España con motivo del estreno de “Invasión”) y hasta la fecha ha tenido cuatro versiones cinematográficas. En 1978 Philip Kaufman dirigió “La invasión de los ultracuerpos”, “Body Snatchers” de Abel Ferrara en 1993, y la última, “Invasión”, dirigida por Olivier Hirschbiegel en el 2007.
Personalmente considero la primera versión la mejor. Que el mensaje de la película esté sujeto a múltiples interpretaciones la convierten en un artefacto potente capaz todavía de fascinar al avisado y descreído espectador del siglo XXI.
La versión de 1977, también magnífica, tiene un climax aterrador (cuando el Sr. Netotem está de humor hace una magnífica imitación de Donald Sutherland al final de la película).
¡Vigilen los cielos!
La película se inicia con el Dr. Miles fuera de si narrando en flashback ante unos escépticos médicos y policías como su población ha sucumbido ante la invasión alienígena que de manera insidiosa ha suplantado a sus habitantes con réplicas perfectas a las que solo les faltan sus emociones. Un accidente afortunado hace que las autoridades sean conscientes del peligro y se pongan en marcha todos los mecanismos de estado para detener esta invasión.
Aunque todavía sigue abierto el debate sobre si nos encontramos ante una película anticomunista o ante una denuncia hacia el Mcarthismo, personalmente creo que, a la manera de otras producciones de ciencia ficción estadounidenses de la época, nos encontramos ante el reflejo del terror que sentían los habitantes de ese país ante la “amenaza roja”.
La Unión Soviética desarrollaba su programa nuclear solo con un ligero retraso con respecto a Estados Unidos y ya en el año 1955 habían conseguido, con éxito, lanzar su primera bomba de hidrogeno desde un avión. La llamada “caza de brujas”, llevada a cabo por un celosísimo senador Joseph Mcarthy, en la que se pretendía desenmascarar a los comunistas infiltrados en el país, se había desarrollado desde 1950 a 1956, creando un clima de paranoia: cualquiera podía ser un enemigo infiltrado.
A cualquier espectador del “mundo libre” le resultaba relativamente fácil establecer, consciente o inconscientemente, equivalencias entre esos invasores extraterrestres carentes de sentimientos pero virtualmente idénticos a nosotros y los comunistas que se estaban infiltrando para destruir esa arcadia capitalista feliz, representada por el pueblecito californiano de Santa Mira. Aunque la propuesta podía ser terrible (una invasión silenciosa e indetectable), la solución era relativamente sencilla, la toma de conciencia de esta invasión sirve prácticamente por si misma para conjurar la terrible amenaza.
La película está basada en una novela de Jack Finney (reeditada recientemente en España con motivo del estreno de “Invasión”) y hasta la fecha ha tenido cuatro versiones cinematográficas. En 1978 Philip Kaufman dirigió “La invasión de los ultracuerpos”, “Body Snatchers” de Abel Ferrara en 1993, y la última, “Invasión”, dirigida por Olivier Hirschbiegel en el 2007.
Personalmente considero la primera versión la mejor. Que el mensaje de la película esté sujeto a múltiples interpretaciones la convierten en un artefacto potente capaz todavía de fascinar al avisado y descreído espectador del siglo XXI.
La versión de 1977, también magnífica, tiene un climax aterrador (cuando el Sr. Netotem está de humor hace una magnífica imitación de Donald Sutherland al final de la película).
¡Vigilen los cielos!
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