
Usar el transporte público con el Joven Dilettante no suele ser una tarea sencilla. La red de autobuses urbanos empieza a quedar descartada porque la puerta de acceso es demasiado estrecha para la silla del niño y los conductores no suelen abrir la puerta central, reservada a las sillas de ruedas. Además dentro no siempre hay espacio para la misma. El metro suele ser la mejor opción, aunque para llegar a los andenes haya que seguir un recorrido laberíntico buscando los ascensores que conectan los diferentes niveles con la superficie. Pese a todo, es la mejor opción para desplazarse al centro de la ciudad. El joven Dilettante, acomodado en su silla, suele disfrutar del viaje y ya ha desarrollado una estrategia para entretenerse. Primero evalúa a los pasajeros que tiene alrededor. Luego, selecciona a su víctima y le dedica un montón de sonrisas y grititos. La mayoría de las veces consigue la atención deseada. Incluso sin llevar la camiseta del hipnosapo.
El pasado domingo, a instancias de la Sra. Dilettante y pertrechados adecuadamente (pañales, chupetes, muñecos, etc...), fuimos al centro a comprar unos libros para el niño. En FNAC tuvimos que pedir que nos abriesen un ascensor para llegar a las plantas superiores de la tienda. Finalmente conseguimos llegar a los expositores de libros para bebés. El libro infantil, ese gran desconocido hasta ahora para el Sr. Dilettante, es básicamente un juguete con forma de libro, con botones que emiten sonidos al ser pulsados, texturas para ser tocadas, grandes fotografías o dibujos y mensajes simples para ser leídos por los padres entre grandes exclamaciones. ¡¡¡¡EL GATO ROJO!!!! (Efectivamente, el dibujo se corresponde con un gran gato rojo de alguna raza abominable que jamás ha puesto los pies en este planeta). Tras examinar los diferentes libros disponibles, finalmente nos decidimos por el libro de los gatos mutantes y por otro en el que aparecen niños mordisqueando objetos (alguno incluso comestible).
Una vez cumplido el objetivo principal de la expedición, comprobé que todavía disponía de unos minutos antes de tener que regresar a la Mansión Dilettante a dar el biberón al mozalbete, por lo que me acerqué a la zona de libros de bolsillo a ver si encontraba algo interesante. Como Valdemar nunca defrauda, cogí una recopilación de cuentos de Richard Matheson, titulada "Pesadilla a 20.000 pies". De Matheson había leído dos o tres novelas suyas. "El increible hombre menguante" se me caía de las manos y he de confesar que no fui capaz de terminármela. Sin embargo sus relatos cortos siempre me han gustado.
La obra de Richard Matheson es conocida en nuestro país sobre todo por las adaptaciones cinematográficas y televisivas que se han hecho de ella. “El increíble hombre menguante”, “Soy leyenda”, “El Diablo sobre ruedas” y varios capítulos de “La dimensión desconocida”. La última adaptación que he visto de una obra suya es el capítulo de la serie “Maestros del Terror” titulado, al igual que su relato, “La danza de los muertos”, que dirigió Tobe Hooper en el 2005.
Stephen King escribe el prólogo de esta antología y reconoce a Matheson como su mayor influencia. Ambos autores ambientan sus novelas en Estados Unidos, sus personajes suelen ser gente normal que ve alterada su vida por algo extraño, en muchas ocasiones de carácter sobrenatural, a lo que deben enfrentarse. Matheson como King tienen debilidad por los escritores, frustrados o con bloqueos creativos, como protagonistas de sus relatos, lo que quizá nos da una pista sobre sus propios miedos.
En esta recopilación de relatos, Matheson incide sobre todo en que las anomalías que alteran las vidas de los protagonistas, los monstruos en definitiva, están en el interior de nosotros mismos. Desde el ejecutivo con tendencias suicidas que ve humanoides monstruosos intentando derribar su avión a un escritor frustrado que impregna con su ira mal controlada la casa donde vive.
He disfrutado con esta lectura. Los cuentos ofrecen la ventaja de poder leer una historia completa antes de dormir, y con los tiempos que corren en la mansión Dilettante, apetece menos leer una novela larga.
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